La tragedia de Tarragona

La explosión de un tanque de óxido de etileno de la empresa Iqoxe, en Tarragona, el 15 de enero, ha dejado un balance tremendo: tres muertos y siete heridos, de los cuales dos de gravedad. Pudo ser una catástrofe mucho mayor. Piezas del tanque fueron esparcidas por los barrios circunstantes y sólo por casualidad no llegaron a matar a más gente.
Crecen mientras tanto las protestas de los vecinos por la sensación de inseguridad y por el hecho de que ni siquiera sonó la alarma prevista en estos casos de emergencia.
Muchos otros aspectos oscuros están saliendo a la luz y probablemente saldrán más poco a poco. Es un momento de tristeza y rabia pero sobre todo de solidaridad hacia toda la gente que está sufriendo en primera persona por lo ocurrido. También es fundamental pararse a reflexionar. La vida hoy día, en el mundo, está amenazada por guerras y desastres medioambientales en todo el planeta. Pero en este caso hablamos de una fábrica en el medio de una ciudad, donde en teoría deberíamos estar seguros gracias a las tecnologías y a la protección supuestamente garantizada por los Estados.
Además, se trata de unas instalaciones inauguradas en 2017. En realidad, estamos expuestos a peligros que muchas veces no estamos acostumbrados a pensar y percibir en nuestro día a día. Poner en el centro la vida y su defensa es fundamental para pensar un futuro mejor, donde, desde luego, no cabe vivir al lado de potenciales peligros mortales como son los complejos petroquímicos. Pedimos justicia y transparencia. Pero también es necesario cambiar nuestra mirada sobre nuestro entorno, la relación que establecemos con él y, en primer lugar, con la gente que lo habita.