Ha pasado sólo un año desde aquel terrible 17 de Agosto. En la Barcelona agobiada por la masificación turística resulta hasta casi extraño pensar que hubo un terrible atentado que dejó 16 muertos y centenares de personas heridas, no sólo físicamente. A esta extraña sensación contribuye también el año particular vivido en Cataluña. Queremos de todos modos recordar que fueron miles las manos que ayudaron y muchos los pequeños gestos de solidaridad. Después del atentado, también, mucha gente estuvo trabajando para evitar que lo ocurrido diese espacio al crecimiento del racismo y para no caer en la lógica de la venganza. Pero asistimos también a un lamentable espectáculo de la política en todas sus facetas. El peligro de un atentado se conocía, ya que había habido desafortunadamente decenas de preparativos fallidos, y se conocían las intenciones y las masacres ya realizadas por parte de ISIS. Hubo una carrera para desmarcarse de eventuales responsa- bilidades por parte de todos los poderes estatales, desde el Estado central, pasando por la Generalitat y las instituciones locales. Según ellos se había hecho todo lo posible para evitarlo. Seguían diciéndolo incluso después de que saliera a la luz la alerta de la CIA antes del atentado. Recordemos que El Periódico fue víctima de un ataque sin precedentes incluso por parte del máximo responsable de los Mossos d'Esquadra por publicar el documento que lo confirmaba. Luego, los diferentes poderes tuvieron que rectificar frente a la evidencia: obviamente lo hicieron sin pedir disculpas. Fue por pura casualidad que esta enorme tragedia no se convirtiera en una atentado con consecuencias aún más devastadoras. Pero nadie quiso aprender de lo ocurrido. Había que volver a toda prisa a la normalidad de la Barcelona abierta al turismo, a sus razones económicas y de imagen.
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Entonces, hablamos y seguimos hablando de complicidad de los Estados por estas razones. En un artículo publicado en Socialismo Libertario un mes después del atentado, hacíamos una reflexión sobre la reacción de la gente y del eslogan no tinc por (no tengo miedo), viéndolo como una frase "que trata de exorcizar los propios legítimos temores declarando su confianza hacia la improbable protección estatal". Vimos entonces la dificultad de muchos de entender que la seguridad de las personas depende en primer lugar de las personas mismas y que la tranquilidad del día a día no serviría para defender mejor nuestras vidas. No fue fácil dialogar sobre la incapacidad de los Estados de defender la vida y la necesidad de desconfiar de la vuelta rápida a la normalidad. Tampoco ayudó el contenido de la manifestación masiva que se celebró pocos días después, en la cual, el sector "alternativo" desfiló con el lema "Vuestras políticas nuestros muertos". Se atribuía de esta manera la responsabilidad del atentado sólo a los Estados occidentales y sus aliados y no a quiénes habían decidido matar, es decir, personas movidas por una lógica de muerte, que entre muchas elecciones posibles tomaron la más nefasta. Además, se pasaba por alto las raíces del terrorismo nazi-fascista de ISIS contra la revolución siria. ISIS y el régimen de Assad son los primeros enemigos de la libertad y de la dignidad del pueblo sirio. Otra vez se olvidaba, más o menos intencionalmente, que se trataba de una organización nacida para aplastar el protagonismo popular y, en primer lugar el femenino, a través de la violencia ciega. Una propuesta reaccionaria que rápidamente encontró adeptos también en Cataluña. A un año de distancia en los periódicos prevalece la búsqueda obsesiva del detalle sobre la preparación del atentado y la vida de los asesinos. Llegan informaciones que confirman incluso el contacto de cuerpos del Estado con el supuesto cerebro del atentado. Asistimos, como entonces, a comentarios que varían entre la necesidad de entender, hasta casi justificar, a los responsables y la condena genérica. Entre estas informaciones también salen a la luz las denuncias de víctimas que se han sentido abandonadas después del atentado. Entre ellas algunas personas de origen marroquí que vivieron la tragedia en directo y luego el estigma del ser árabe y musulmán y por tanto, diana de los ataques racistas por lo ocurrido en la Rambla y en Cambrils. También hay quién siente que las palabras pronunciadas hace un año por los representantes de las instituciones se han quedado en nada. Se prepara un acto institucional el día 17 de agosto con la presencia de toda la plana política, incluyendo el Rey, que por decisión del ayuntamiento de Barcelona no tendrá discursos, sólo actuaciones musicales. Desde un cierto punto de vista no extraña. Abrir una reflexión seria sobre lo que ocurrió implicaría entrar más a fondo sobre la tempestad asesina que estamos viviendo y las responsabilidades que conlleva. Ellos no la pueden hacer por las razones mencionadas. Tampoco las manifestaciones alternativas convocadas consiguen salir de una lógica política para tratar de hacer una reflexión sobre lo ocurrido. Una mirada más atenta a la condición humana nos dice que las heridas que alimentaron aquella tragedia no están saneadas, que lo vivido el 17 de agosto se asemeja mucho a la normalidad de la vida en muchos lugares. Como entonces seguimos afirmando la necesidad de defender la vida ofreciendo herramientas para comprender y para comprometerse sustrayéndose a las lógicas del terrorismo y de los estados.
Barcelona, 16 de agosto de 2018