El 8 de marzo ya ha sido catalogado de “jornada histórica” y efectivamente nunca, en el Estado español, se había vivido una movilización tan masiva contra el machismo. Al menos un millón de mujeres de todas las edades y orígenes han salido a las calles a lo largo de todo el día con alegría y determinación, con felicidad y convicción. Se ve en las fotos: priman las sonrisas, los gestos de complicidad y afecto, la seriedad de las reivindicaciones y la creatividad expresada en palabras escritas en carteles improvisados, muestra de una afirmación femenina plural y diversa. La emersión femenina se ha visto clara y evidente, no sólo aquí sino a nivel planetario: manifestaciones multitudinarias en Argentina, Turquía y México; menos numerosas pero muy significativas, por el coraje que implican, en Kabul, Delhi, Mosul o Teherán (donde, como cada año, han detenido a mujeres). En otros lugares la participación ha sido más baja de lo esperada, como en EE.UU. o algunos países de Europa, pero quizás es muestra de la plasticidad y multiformidad de las oleadas de la larga revolución feminista: a veces se concentra, otras se dilata, a veces se muestra más evidente, otras parece apagarse. Y sin embargo, algo está cambiando, se percibe, se siente. La huelga feminista, convocada en 170 estados, tuvo aquí un seguimiento particular. Días antes los sondeos le daban un 82% de apoyo en la sociedad y según los sindicatos más de seis millones de personas secundaron la huelga en una u otra modalidad (la de 24 horas o los paros parciales), lo que supone casi un tercio de la población activa. Por eso a lo largo de la mañana, en las plazas de los barrios, en la universidad, en las puertas de los centros de trabajo, se vieron manifestaciones, concentraciones, mesas y piquetes informativos, comidas populares… Las manifestaciones de la tarde marcaron un hito. Todas las capitales de provincia tuvieron su manifestación y, aunque como siempre las cifras oscilan según quien las presente, hablamos sin duda de centenares de miles de personas. Personas, porque había bastantes hombres, aunque las mujeres tomaron las riendas, con una gran afirmación de protagonismo: muestra de ello son los carteles que muchas llevaban, reflejo de la necesidad de expresar lo que cada una sentía más importante. Los partidos políticos, como siempre, han tratado de sacar rédito, aunque no lo han tenido fácil. En la cola de las manifestaciones, sus pancartas se han perdido entre la multitud. PSOE, Podemos, IU, CUP se han ubicado desde el inicio a favor de la huelga y la movilización; el PP y Ciudadanos no la han apoyado pero a última hora han debido dar marcha atrás y mediar de alguna manera, aunque no hayan podido esconder su torpeza, con la excepción del ala más dura del PP con Aznar a la cabeza que no han retrocedido. En la Iglesia ha habido una fuerte polarización: mientras Jose María Gil Tamayo, secretario general de la Conferencia Episcopal Española, se ha mostrado abiertamente a favor, y con él otros obispos, arzobispos y diócesis, otros han mostrado claramente su rechazo, con el obispo de San Sebastián a la cabeza, tachando de radical y abortista la convocatoria. Se abre una nueva fase, de conciencia y movilización feminista. No es un exabrupto: el invierno de 2014 miles de mujeres se movilizaron contra la propuesta de reforma de la Ley de Interrupción Voluntaria del embarazo de Gallardón; el 7 de noviembre de 2015 cientos de miles de mujeres llegadas de todas las ciudades del Estado se manifestaron en Madrid contra la violencia machista. Ya el año pasado el 8 de marzo fue inmenso, muchísimo más que cualquier otro de la última década. Pero la novedad no está solo en el aspecto cuantitativo o en el activarse de sectores de la juventud (la mayoría) que indican una intergeneracionalidad poco vista hasta ahora. Está también en los contenidos: porque sí, se reivindica y exige a los Estados leyes mejores, pero se abren hueco y se explicitan mensajes que van a la intimidad de cómo queremos ser pensadas, miradas y tratadas, mensajes radicales porque van a la raíz. Porque se piensa en otras mujeres, como expresa el “yo si te creo” o el “me too”, abriendo la posibilidad de pensar una solidaridad directa. Y esto es algo importantísimo, aún más en un Estado donde el feminismo siempre ha sido minoritario y rápidamente absorbido por la política. Precisamente porque la movilización ha sido enorme, inédita y prometedora, necesitamos meditar, reflexionar, dialogar, sacar conclusiones y proyectar. Vivimos tiempos de gran decadencia moral y cultural, tiempos donde todo es rápido y efímero (hace un mes, la violencia machista fue nombrada sólo por el 2,4% de la población encuestada para el barómetro del CIS como una preocupación). La emoción que se respiraba por doquier es significativa pero insuficiente para forjar una alternativa, una afirmación feminista para continuar denunciando y desenmascarando al Patriarcado, más feroz porque en crisis irreversible. La política intentará absorber las energías y aspiraciones, como siempre ha hecho con un parcial éxito. Y sin embargo no será de los Estados de donde surja una alternativa sino de la elección libre y consciente de mujeres y hombres, de la asunción feliz y gozosa (también por ello intransigente) de que “la libertad de las mujeres puede ser la libertad de todos”. Es lo que nos proponemos Socialismo Libertario, organización que se referencia en la Corriente Humanista Socialista: construir e inspirar una alianza entre los géneros contra la violencia machista y patriarcal por la afirmación de la libertad del género femenino, primero de la especie toda. Por eso es de nuestro máximo interés promover ámbitos de mujeres, como el Colectivo de mujeres Queremos la luna en Madrid y otros que puedan surgir. Ámbitos donde pueda crecer la conciencia de sus protagonistas, espacios de conocimiento y lucha, de encuentro, reflexión y activación.
Anika Lardiés 10 de marzo de 2018