La crisis en Venezuela Guaidó, Maduro y los caminantes

“Arribar a cualquier lugar posible y si éste no es Venezuela es un buen sitio: es el único motivo para seguir”.

Quien habla es uno de los muchos caminantes, como hoy se les llama a las personas que huyen del país en caravana para enfrentar juntos las dificultades del viaje

Porque para llegar a Colombia, Ecuador o Perú, hay que cruzar los Andes y muchos lo hacen a pie. En los puertos de montaña se puede morir de frío: por esto el Páramo de Berlín –un puerto entre Venezuela y Colombia por el que transitan los que no pueden permitirse el billete de autobús para Bogotá– ha sido llamado “el paso de la muerte”. Quien huye a Brasil puede encontrar dificultades, pero no por las montañas: por el ejército desplegado en la frontera o por los ataques de racistas brasileños, como ya ha sucedido en Paracaima, donde se concentra el flujo de los refugiados

En el último año, cada mes, 150.000 personas han cruzado la frontera entre Venezuela y Colombia, donde ya hay un millón y medio de inmigrantes venezolanos, o sea el 3 % de la población total y se prevé que en 2021 puedan llegar a 4 millones. La ONU calcula que en 2019 la cifra total de refugiados venezolanos podría pasar de los 4 millones actuales a 5 millones, sobre una población de 31 millones: para sus parámetros no se pueden ni siquiera definir “refugiados”, porque no proceden de una zona considerada “de guerra”. Es “sólo” uno de los países más violentos del mundo, donde se estima que el 91% de la población vive por debajo del «umbral de la pobreza”, en el que, hoy en día, el salario mínimo da sólo para comprar dos docenas de huevos o 300 gramos de café. Cifras y números, que ya de por sí son terribles, pero que son sólo cálculos burocráticos y económicos, detrás de los cuales hay una realidad humana: una emergencia que está cambiando el rostro de todo el continente, un éxodo hecho de la voluntad y de las esperanzas de los caminantes de sustraerse a una crisis terrible.

Intentemos mirar el conflicto entre el régimen de Maduro y la oposición de Guaidó justamente a partir de los caminantes: su huída del país testimonia la desconfianza hacia los dos contrincantes que, evidentemente, no se preocupan por los destinos de la población o de los refugiados, sino sólo por sus cínicos intereses de poder. Tienen en común el núcleo duro de la opresión: la violencia y el militarismo, el cinismo antipopular. Es así para el régimen demagógico de Maduro, del que tratamos en otro artículo en esta página, que se apoya en los militares y desvela su fracaso clamoroso. Y es así detrás del rostro limpio, nuevo y democrático de Guaidó que actúa en nombre y para las despiadadas clases dominantes
tradicionales, no dudando en utilizar todos los medios de la política más sucia. De hecho ha utilizado cínicamente las ayudas humanitarias para tratar de romper el frente de los militares fieles a Maduro (que, a su vez, negaba que hubiera una emergencia en el país); ha llamado a movilizaciones “pacíficas” contra el régimen sabiendo que exponía a la gente a la represión.

Esta es la quintaesencia de los poderes negativos, de la política y de la guerra: usar a la gente como masa de maniobra y como carne de cañón. Guaidó realiza todo esto con la colaboración estrecha de la Casa Blanca incluso apostando por la intervención militar para tumbar al régimen chavista. Es una amenaza gravísima porque marcaría el inicio de nuevas violencias y desgracias, pero es también un insulto a la memoria, a las víctimas y a los sufrimientos que la Casa Blanca ha causado durante tres décadas en este continente con su apoyo a golpes
militares.

La situación es dramática: quienes dejan el país necesitan una acogida digna y protección de los racistas mientras una parte importante de la población que permanece en el país desgraciadamente toma partido por uno o por otro de los contendientes. Lo que falta es justamente un tercer factor fundamental, es decir: la gente común por fin protagonista, autodeterminada y autoorganizada contra los turbios intereses políticos en juego, para frenar la violencia y encarar la amenazas de guerra civil, para abrir un recorrido alternativo frente a una crisis tan sangrienta y peligrosa.

Piero Neri

Artículo publicado en La Comune nº 337 (el quincenal de nuestra Corriente en Italia)