El pasado jueves 20 de junio, centenares de personas en Sudán, han desafiado a la represión de la junta militar pidiendo el fin y el paso a una administración civil. La situación es muy difícil y no sabemos si el movimiento popular conseguirá, como esperamos, derrotar a la represión.
Sabemos y tenemos que reconocer en cambio el valor de lo que ya ha realizado y la promesa de futuro que esto representa.
Las esperanzas de libertad en Sudán chocan con enemigos potentísimos. La geopolítica ayuda a entender las amenazas que pesan en la gente sudanesa, pero no explica el movimiento íntimo y la dinámica de un emerger decidido que desde diciembre atraviesa todo el país y transforma la realidad humana. Exigía, y ha obtenido, la caída de Al Bashir. Pero sus consignas eran y son más profundas: libertad y dignidad, paz y justicia.
El movimiento empieza el 19 de diciembre en Atbara, ciudad a orillas del Nilo, a 290 kilómetros al noroeste de Jartum y se extiende rápidamente en todo el país. El 6 de abril se forma la gran sentada de Jartum delante del Ministerio de Defensa. El 11 de abril, bajo la presión popular, cae Al Bashir.
La junta militar lo destituye tratando de canalizar las exigencias populares, pero la oposición pide inmediatamente el fin del régimen militar. La sentada de Jartum se convierte entonces en el símbolo del movimiento popular y la expresión de sus características revolucionarias. Cubre una superficie de casi 5 kilómetros cuadrados, participan en ella centenares de miles de personas que se reducen a decenas de miles cuando el sol está en su apogeo. Los voluntarios garantizan la seguridad con registros en los puntos de acceso: las armas están taxativamente prohibidas. Un constante ir y venir garantiza comida y agua, pero hay también intentos de autoorganización de la alimentación. Se preparan bibliotecas. En las asambleas participan familias enteras, o los padres hacen turnos para cuidar a los niños. Hay stands de las fuerzas de la oposición, sobre todo de la Asociación de los Profesionales Sudaneses, pero también de las comunidades. Hay stands de profesores, como el del Departamento de Matemáticas e Ingeniería, y de las asociaciones de los ex-alumnos. Se llevan a cabo cursos de educación cívica y de desobediencia civil. Los testimonios de los protagonistas describen la experiencia como “una prueba de un nuevo Sudán”. Se llevan a cabo naturalmente asambleas pero se realizan también bailes y se escuchan grupos que cantan por la revolución. Es en este ámbito donde se amplifican los mensajes más prometedores de autotransformación benéfica que ya se habían escuchado contra las maniobras de división racista de Al Bachir, cuando desde las manifestaciones se habían lanzado los eslóganes contra el racismo y el tribalismo, reivindicando la solidaridad con Darfur. Pedir perdón a la gente de Darfur, reivindicar la presencia de la comunidad cristiana en la revolución, reivindicar la convivencia entre etnias y religiones diferentes son elementos, todos ellos, de un espíritu de regeneración muy importante que explica positivamente las razones de la oposición a un nuevo poder militar. Como también el rol activo de las jóvenes generaciones y sobre todo la presencia femenina, tan decisiva según todas las fuentes, y mucho más allá de la imaginación de las “reinas núbiles” transmitida por la televisión. El 3 de junio, las tropas de la junta han desmantelado la sentada provocando más de un centenar de muertos. Su espíritu todavía está vivo. No sabemos aún en qué medida se comparten más ampliamente y en profundidad
los mejores contenidos y experiencias de esta sentada, pero algo significa que se haya convertido en la meta para muchas personas, también del resto del país.
Es una huella profunda. La represión militar puede atacarla pero no cancelarla.
Rocco Rossetti