Aragón. Vence el “no” al pantano de Biscarrués

Tras 30 años de lucha hemos celebrado la sentencia del Tribunal Supremo del pasado 20 de mayo: no se construirá el pantano de Biscarrués, con el que se pretendía embalsar un tramo del río Gállego en la zona oscense de la Galliguera. Este proyecto implicaba dejar al pueblo de Erés prácticamente en una isla, inundar tierras cultivadas y dañar la vegetación de ribera y la fauna; un enorme impacto ambiental y humano en una zona que ya cuenta con tres embalses y en un río en el que solo el 30% de su caudal circula por su cauce natural. Pero la cosa no mejora si pensamos que el objetivo era acumular agua para canalizarla después hacia los Monegros y construir regadíos. Para quien no conozca los Monegros, se trata de una estepa conocida por su aridez, sus escasísimas precipitaciones y azotada por vientos llamados “desecantes”. Pero además, esta estepa es la región con mayor biodiversidad de Europa, con 5.400 especies de flora y fauna conocidas, muchas de ellas endémicas y algunas en peligro de extinción. Siempre ha habido cultivos de cereal de secano (se riegan con el agua que llueve) y ganadería extensiva, que no han dañado sino contribuido a mantener un ecosistema tan particular.
No puede decirse lo mismo de los regadíos que se instalaron a partir de los años 60 del siglo pasado y que los defensores del pantano de Biscarrués pretendían aumentar.
España es el quinto país con más pantanos del mundo y el primero de la UE: son 1.225, que han inundado más de 500 pueblos (además de bosques, pastizales, dehesas) y desplazado directamente a 50.000 personas. Muchos de ellos son inservibles por falta de conservación o por basarse en estudios erróneos y la mayoría nunca llegan a llenarse.
Por otro lado a la agricultura intensiva de regadío se destina el 80% del total del agua que se consume. Pensar que era justo construir un nuevo pantano para crear más regadío en lo que casi es un desierto es un buen ejemplo de la lógica progresista prepotente y rapaz que impregna la política hidráulica desde el siglo pasado. Hoy, que tanto se habla de España vaciada, oiremos que fomentar el regadío es la única manera de que la gente no se vaya de sus pueblos. Sabemos que no es cierto y que en todo caso es una perspectiva a corto plazo, pues el calentamiento global implica cada vez menos nieve y lluvia y más necesidad de agua para regar por el calor creciente. Ni hay agua para tanto regadío, ni construir pantanos hace que haya más agua. Son problemas complejos pero sus soluciones no pueden pasar por seguir dañando el entorno humano y natural, forzando los ríos y la tierra. Porque como dice una bella canción “la tierra es de sus hijos; el agua, de todos; y los ríos… ¡son del mar!”.