A principios de enero fue asesinado Gonzalo Cardona en Roncesvalles, en la cordillera central colombiana. No hay ninguna investigación en curso pero nadie duda de que tiene que ver con su compromiso por la protección de los loros orejiamarillos y su hábitat. Este campesino y ambientalista comenzó su labor hace 20 años, cuando esta especie había desaparecido en Ecuador y estaba a punto de hacerlo en Colombia por su captura para convertirlo en especie doméstica y el daño causado a su entorno. Gracias a su sabiduría y tenacidad su población había comenzado a aumentar, y por ello era querido y respetado en la zona. Su asesinato se suma a una larga lista que hacen de Colombia el país del mundo más peligroso para el activismo ambiental.
Según Global Witness en 2019 fueron asesinados 212 personas por esta razón en el planeta, dos tercios de ellas en America Latina. Particular riesgo corren los pueblos originarios y sobre todo las mujeres, que suelen ponerse a la cabeza de sus comunidades en las luchas frente a los poderosos que quieren intervenir prepotentemente poniendo en peligro su modo de vida, los lugares en los que llevan tanto tiempo habitando y las otras especies. Los principales responsables son la industria agrícola, la extractiva de petróleo y gas, la maderera y la megaminería, amparadas por Estados que obstaculizan las investigaciones de estos crímenes que a menudo quedan impunes. Frente a su lógica progresista y depredadora brilla la valentía de estas mujeres y hombres, cuya memoria sigue y seguirá inspirando coraje y dignidad.