Birmania. Valientes contra masacradores

A dos meses de la anulación de las elecciones, la situación en el país es cada vez más dramática. El sábado 27 de marzo el ejército ha “celebrado” la jornada de las fuerzas armadas llevando a cabo horribles masacres en todos los rincones del país, disparando al azar a los manifestantes, golpeando a los heridos hasta en los pasillos de los hospitales, lanzando granadas entre la multitud. Desde principios de febrero son al menos ya 450 las víctimas, miles los heridos y las personas arrestadas. El horror y la condena hacia un poder históricamente criminal refuerza el sentimiento de solidaridad y de cercanía hacia el sufrimiento de las víctimas y el extraordinario coraje de los protagonistas. El terror desencadenado por los militares hasta ahora no ha detenido las movilizaciones, que siguen con la participación de decenas de miles de manifestantes en muchas ciudades del país. En los cortejos comienzan las primeras medidas de autodefensa: chalecos antibalas, cascos hechos en casa, cócteles molotov. Sobre todo, la reivindicación más difundida entre los manifestantes no concierne sólo al resultado de las elecciones de noviembre (perdidas y por tanto anuladas por el ejército); se hace cada vez más popular el eslógan: “¡Fuera los militares!”, corazón negro del régimen desde hace más de medio siglo. Es por tanto una crisis de conjunto en la que se reducen los márgenes de una mediación ya improbable. Poner en discusión al ejército, “garante de la unidad nacional”, significa evocar las miles tensiones étnicas presentes; por otro lado, los militares controlan una amplia porción de la economía, también ésta lastrada en la crisis: el precio del petróleo ha aumentado un 15% en pocas semanas y, hecho potencialmente más desestabilizante, algunas fábricas chinas han sido atacadas por los manifestantes. Los motivos de incertidumbre crecen por tanto también en el plano internacional.