En Afganistán, niñas y niños, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, pagan, hace más de veinte años, un precio terrible por decisiones políticas tomadas a sus espaldas y contra ellos, por una guerra y por horrores de los que no son responsables y que parecen no tener fin. En estos días, está en curso una ofensiva militar de los talibanes para retomar el control de todo el país.
En Herat, Kandahar y Lashkar Gah, solamente en el último mes, hubo más de mil víctimas civiles. Según la Unicef, en solo 72 horas se asesinó a más de 130 niños, y son cada vez más numerosos los reclutamientos forzados de personas muy jóvenes a los grupos armados en conflicto. La mitad de la población (38 millones en total) necesita de asistencia humanitaria; crece el número de personas en fuga de la guerra, mientras que ya son más de 6 millones los refugiados en Irán y Pakistán.
Es el precio atroz que estos pueblos martirizados pagan por el belicismo tan feroz como poco concluyente de la Casa Blanca. Los EE.UU. intervinieron durante veinte años en este país, conduciendo así la guerra más larga de su historia, a la cabeza de una coalición militar de la que también participó Italia, con el objetivo de erradicar a Al-Qaeda del país, sacar a los talibanes del poder e instaurar la democracia. Fracasaron por completo y solo fueron capaces de ocupar el país militarmente y asesinar, en gran parte a civiles, sin garantizar ni la paz ni su propio orden. Ahora ni siquiera son capaces de aceptar la derrota, se retiran militarmente pero tratan –¡sin vergüenza!– con los talibanes hace años: en estos días, enviaron un emisario para “convencerlos” de terminar su ofensiva o, al menos, de “moderar” la violencia.
Los talibanes, ahora, están reconquistando militarmente todo el país, con una ofensiva despiadada. Confirmando su carácter hiperpatriarcal, terrorista y criminal, en los territorios reconquistados imponen su propia ley, que las poblaciones ya habían sufrido antes de la intervención norteamericana: les cortan la mano a los ladrones y les dan a sus combatientes mujeres solteras y viudas como esposas, “de premio”.
Su eventual y probable victoria final marcará no solamente una ulterior etapa de la decadencia de la democracia con patente norteamericana y nuevos espacios para Pekín, sino que, sobre todo, significará nuevos sufrimientos para los pueblos de Afganistán y un nuevo incentivo para las empresas sanguinarias de la compleja constelación de formaciones nazijihadistas e islámicas más reaccionarias.
Mientras tanto, con mucho cinismo y sin vergüenza, la Unión Europea y algunos de sus Estados se preocupan no por los sufrimientos de los pueblos afganos sino porque habría “demasiados” refugiados que podrían buscar asilo en Occidente.