Los talibanes en Kabul. Los peligros de la decadencia

Los talibanes han tomado Kabul y están restableciendo un emirato islámico, su orden del terror. Es una nueva y trágica prueba de los peligros de esta época.
En primer lugar, son evidentes la debacle y la decadencia del sistema democrático y de su liderazgo estadounidense. Washington, a la cabeza de una coalición en la que también participaba Italia, ha conducido en Afganistán la guerra más larga de la historia y ha fracasado en todo –visto que los objetivos eran derribar a los talibanes, eliminar el terrorismo e instaurar la democracia. La verdad es esta, diga lo que diga Biden, que ahora ni siquiera es capaz de admitir la derrota. Asesinan sin piedad sin saber imponer su “pax democrática” y no saben ni siquiera perder una guerra.
Frente a tal decadencia democrática, otros monstruos encuentran espacios inéditos: como los talibanes, que encarnan un islamismo retrógrado y totalitario, terrorista e hiperpatriarcal. El éxito de estos criminales después de 20 años de guerra es y será, por desgracia, un incentivo para toda la galaxia de formaciones afines.
No deben pasar desapercibidas la complicidad y la semejanza entre los terroristas islámicos de Kabul y los democráticos de Washington, aunque combatan entre sí: los talibanes han nacido y crecido gracias a los servicios secretos de Pakistán, aliado estratégico de los EEUU en Asia. La Casa Blanca y los talibanes han negociado cínicamente en Qatar durante años y han firmado en febrero de 2020 un acuerdo que preveía la retirada de las tropas estadounidenses después de 14 meses. El jefe de la delegación talibana era Abdul Ghani Baradar –actual hombre fuerte talibán– excarcelado por la administración Trump para que presidiera estas negociaciones. Lo que hemos dicho respecto a Al Qaeda y la Casa Blanca después del atentado de las Torres Gemelas de 2001 vale hoy para los talibanes y la administración de EEUU: incluso con todas sus diferencias, son monstruos gemelos.
Desgraciadamente, la trágica derrota de las revoluciones de 2011 en Siria y Egipto –cuyos protagonistas, muchos de los cuales eran mujeres y niños, reivindicaban libertad y dignidad– ha reforzado dictadores, guerras y terrorismos de cualquier catadura, facilitando estos y otros trágicos desarrollos.
“No contamos para nada, porque somos afganos”, dice entre lágrimas una joven en un vídeo que ha circulado estos días. Es verdad. No les importaba nada la gente común a los colonialistas ingleses, que llevaron a cabo tres guerras en el país entre 1800 y 1900. Ni tampoco le importó al Kremlin, que invadió el país con la Armada Roja desde 1979 al 89. Ni les importan las mujeres y los niños a la Casa Blanca que durante otros veinte años ha martirizado esta tierra con la guerra a los talibanes. Sobre los pueblos afganos se han abatido los males del colonialismo y de la “Guerra fría”, de la decadencia belicista del sistema democrático, incluidos los monstruos gemelos. Es más, Estados como China –seguida por Rusia– están hoy más que disponibles para los talibanes por sus sucios intereses.
La suerte de estos pueblos importa, en cambio, para quien está de parte de quien sufre y de las víctimas inocentes. Quien permanece en el país, quien busca y buscará refugio en otros lugares, también en los nuestros, merece respeto y solidaridad, por tanto una acogida humana y digna para todos los refugiados.
17 de agosto, 11:00