Un ataque terrorista, en las inmediaciones del aeropuerto de Kabul, anunciado hace
días, causó al menos 100 muertes y centenares de heridos. Las víctimas son, sobre todo,
civiles afganos –muchos niños y mujeres– que buscaban acceder al puente aéreo
establecido por Estados Unidos y aliados luego de su retiro militar del país. Entre los
muertos, también hay 13 militares estadounidenses. La prensa dio noticias de una
reivindicación de parte del ISIS-K, una formación afgana de la red del Estado Islámico
formada, sobre todo, gracias a grupos salidos de los talibanes.
La solidaridad se dirige a los seres queridos de las muchas víctimas; el pensamiento se
extiende hacia las responsabilidades y las lecciones que podemos extraer de esta trágica
noticia.
Estados Unidos y sus aliados, entre los cuales está Italia, perdieron en Afganistán la
guerra más larga de su historia. Pero, como hizo Biden, no saben ni siquiera admitir la
derrota, mucho menos irse del país garantizando la seguridad de los propios militares, y
ni hablar de los civiles que quieren dejar el país con ellos. A pocos días del aniversario
del 11 de septiembre de 2001, el fracaso de su “guerra contra el terrorismo” parece aún
más evidente, ya que ha llevado a la difusión y la multiplicación de los terrorismos
yihadistas y no a su fin, incluso al retorno al poder de los talibanes. Es la sanción, ante
los ojos del mundo, del fin del sistema democrático con liderazgo estadounidense, un
ocaso sanguinario y peligroso, marcado de belicismo, violencias y terrorismo, de
irracionalidades e incapacidades de Estados que poseen, sin embargo, enormes arsenales
militares.
Los talibanes empiezan a instaurar, manu militari, su orden hiperpatriarcal, totalitario y
terrorista en el país. Pero, aun sirviéndose de complicidades y apoyos de sectores de la
población, será una tarea compleja por las divisiones étnicas, de clanes y políticas del
país y por el caos en curso. Como era fácil de prever, su victoria favorece a todos los
grupos de degolladores yihadistas en el mundo y sus actividades, aunque en esta
monstruosa y caótica familia criminal existan disputas y divergencias políticas. Estas
bandas se nutren del ahogamiento en sangre de la revolución siria, de las numerosas
guerras criminales y crueles conducidas en la región y de los déficits concienciales,
morales y materiales que han producido.
Ahora, los Estados democráticos intentan lavarse el rostro “preocupándose” por la
suerte de las mujeres afganas, cuando su intervención militar no ha tenido escrúpulos
por veinte años de usar métodos terroristas y hacer víctimas civiles, generalmente
mujeres y niños; tampoco se han hecho problemas por tener, en su “comunidad
internacional”, al régimen hiperpatriarcal saudita. Los talibanes se proponen, ahora, con
dificultad, como factor de orden y garantía contra el terrorismo del ISIS, cuando en el
pasado han sido padrinos de Al-Qaeda y hoy son receptáculo de un variado abanico de
grupos y clanes terroristas yihadistas.
El sistema democrático –terrorista él también– en su fin y los terroristas yihadistas que
quieren hacerse Estado son monstruos gemelos, no protegen en absoluto a la gente
común del terrorismo. También los últimos acontecimientos trágicos lo demuestran.
Publicado en La Comune Online,
27/08/2021 12:30 hs.