Ucrania. Aumentan los peligros de guerra

La movilización militar y la escalada retórica entre Rusia, EEUU y Unión Europea acercan la posibilidad de un nuevo conflicto abierto en Ucrania.
Entre Rusia y Ucrania, donde en 2014 en el Donbás, al sudeste del país, los combates causaron 13.000 muertos, el conflicto nunca se ha apagado.
La vocación belicista de Putin no es una novedad. Ha tenido múltiples expresiones. La más reciente, en Kazajistán enviando tropas en apoyo al régimen local; las más conocidas, en Georgia y en Crimea. Sin olvidar la más sangrienta, en Siria, apoyando el régimen asesino de Asad. Putin está a la cabeza de un régimen autoritario y represivo que apadrina a otros iguales o peores, como el de Lukashenko en Bielorrusia.
Las razones de la guerra, sin embargo, no estriban solamente en las responsabilidades del régimen ruso.
EEUU y los Estados de la Unión Europea defienden el “derecho” de Ucrania a adherirse a la OTAN y denuncian como inadmisible que Putin condicione la paz a la no entrada de Kiev en la Alianza atlántica. La OTAN, sin embargo, no es un club literario sino un pacto militar que, de incluir a Ucrania, supondría una amenaza directa a la frontera rusa, con misiles apuntando a su territorio.
Quizás puede ser útil recordar que en diciembre de 1989, el entonces presidente de EEUU, George Bush padre, y el de la URSS Mijaíl Gorbachov, negociaron en Malta la reunificación alemana a condición de que ni Alemania ni otros países del Este se utilizaran como bases de amenaza para la Unión Soviética. El secretario de Estado
James Baker se lo sintetizó a su homólogo soviético, Eduard Shevardnadze en una frase: “ni una sola pulgada hacia el Este”. Estados Unidos y la Unión Europea (Mitterrand, Kohl, Thatcher) se comprometían así a no permitir la entrada en la OTAN de los países que procedían del Pacto de Varsovia, la alianza militar liderada por Moscú.
Un compromiso que, ya a partir de la presidencia de Clinton, no se respetó.
La arrogancia de los países occidentales, a lo largo de todos estos años, ha supuesto, entre otras cosas, avivar el nacionalismo ruso en amplios sectores de población del que finalmente se aprovechó Putin para orientar en un sentido cada vez más autoritario, belicista y represor el régimen ruso. Hoy el líder ruso proclama que el fin de la URSS es la mayor tragedia del siglo XX e ilegaliza Memorial, una asociación fundada en 1989 para recuperar la historia de las víctimas de Stalin.

Ante esta situación, decir no a la guerra en Ucrania, para que no se convierta en una consigna retórica y hasta ambigua, supone varias cosas.
Significa oponerse a la posibilidad de una nueva agresión de Rusia hacia Ucrania con el enorme riesgo de vidas humanas que supondría.
Significa también denunciar la demagogia de los países de la Unión Europea, además de Estados Unidos que, mientras se presentan como los defensores de la libertad, no renuncian a su vocación expansionista y belicista.
Las posibilidades, cada vez mayores, de que haya un conflicto armado o que finalmente se pare de momento esta trágica eventualidad residen, al día de hoy, en el juego de amenazas militares y represalias de varios tipo, en relación a sanciones económicas a Rusia y al suministro de gas ruso a Europa.
Un juego cínico entre poderes opresivos en el cual lo primero que hay que preservar es nuestra independencia en cuanto que no hay ningún interés en tomar partido por ninguno de los bandos.

Nos sentimos, en cambio, cerca de la gente común y pacífica que será, también en Ucrania la primera víctima de esta nueva escalada militar.