Gran Bretaña y las deportaciones

La huelga de hambre de los directos interesados y las manifestaciones de solidaridad han evitado por el momento un brutal crimen de Estado: ayer por la noche, en el último instante, se ha suspendido la deportación de un primer grupo de prófugos de la Gran Bretaña hacia Ruanda.
Deportación, tráfico de seres humanos: ¿de qué otra manera se puede definir el intento del gobierno británico de “reubicar” en otro continente (según el lenguaje demohipócrita) a los solicitantes de asilo, de enviar como paquetes de correos a miles de kilómetros de distancia a personas que han entrado en la isla después de haber huido de guerras y persecuciones, obligadas a esperar allí probablemente durante años el resultado de sus solicitudes de asilo? Es una norma completamente legal que, según las palabras de un ministro de la Corona, goza de una «óptima relación calidad-precio».
La indignación no significa necesariamente estupor: otros Estados igual de democráticos y feroces han precedido a Gran Bretaña en prácticas similarmente perversas, con diversos grados de brutalidad o hipocresía, desde Australia hasta Italia, encarcelando a las personas y sus esperanzas en islas perdidas o pagando a otras naciones para que hagan el trabajo sucio dejando “el problema” fuera de las propias fronteras.
La medida sólo está suspendida. El compromiso por detener esta infamia continua.