Castillo llegó al poder como alternativa a Keiko Fujimori y Rafael López Aliaga. La primera representaba la impunidad que tiene el poder asesinar como hizo su padre, el tener vínculos con el narcotráfico y el robar dinero en un país pobre. El segundo representaba lo más burdo de Perú: el racismo colonial más rancio, por el que se cree que ser blanco es ser superior a ser indígena o mestizo, y el clasismo injusto para “mantener a cada uno en su sitio”. Castillo representaba, por un lado, las posiciones retrógradas presentes entre los campesinos y sectores de la población indígena y por otro, la búsqueda de sectores en Perú de superar el racismo atroz que le atraviesa. Por esto la izquierda y mucha gente se unió votándole con esperanza.
Aun así esto se dio en un contexto donde entorno al 30% de la población total fue a las urnas, lo que nos dice de la poca credibilidad que tiene el Estado o los políticos en el país, debido a que poco o nada hacen por la gente común.
La persecución política hacia Castillo por parte de las élites peruanas con discursos llenos de racismo y odio muestran claramente la deshumanización y la normalidad del odio hacia los indígenas que se fomenta y se propaga. La prensa, la TV y la radio han sido portavoces del rechazo y la rabia hacia el Perú que representa Castillo, hacia los indígenas a los que quieren como sirvientes o poco más. Una élite que además temía por los contratos millonarios que tienen bajo la mesa con las grandes multinacionales y que político tras político han mantenido, llevándose un beneficio. Además de perdonar a estas multinacionales sus deudas con el Estado, deudas contraídas a pesar de los míseros impuestos que tienen que pagar para todo lo que facturan. Hablamos, por ejemplo, de Telefónica, que lleva 30 años dando un servicio tan nefasto como caro, de hidroeléctricas como Iberdrola, bancos como BBVA o Santander, o la petrolera Repsol, entre otras empresas españolas que sacan beneficios.
Con la pandemia se descubrió que el crecimiento económico era para unos pocos, ya que el 70% de la población subsiste gracias al dinero que gana al salir cada día a la calle y a la autoorganización de la gente para no pasar necesidades materiales. Esto es algo habitual, como las ollas comunes lideradas por mujeres en muchos lugares, en las que la gente une el poco dinero o la comida que tiene para cocinar juntos y que nadie pase hambre.
El 7 de diciembre Pedro Castillo dio un discurso exponiendo que cerraba el Congreso, el poder judicial y aplicaba el Estado de emergencia en Perú. Es un hecho que aún no tiene una explicación clara. Castillo tiene seis causas judiciales por corrupción. Ese mismo día el Congreso iba a intentar hacerle una vacancia (proceso similar a la moción de censura), pero no había votos suficientes para lograrlo. Por eso no se entiende que hiciera esta declaración suicida. Su mandato ha convivido con un Congreso de mayoría fujimorista que ha fomentado la obstrucción, el racismo y el odio hacia el hecho de que un indígena campesino pudiera ejercer el poder. Pero no por ello Castillo ha sido distinto a la hora de representar la decadencia estatal y política en la que está sumergida el país.
La gente común, organizaciones sindicales y sociales, están marchando y pidiendo en diferentes partes del país que se adelanten las elecciones debido a que el Congreso ha sido causante de esta crisis política. También en rechazo a este racismo continuo que se ve en cómo se relatan día tras día los acontecimientos relacionados con Castillo. Este es señalado como incapaz o inepto, pero solo se le rechaza por ser indio. Se ha convocado una marcha para el lunes 12 con el lema: ¡Que se vayan todos!, a la que se están adhiriendo diferentes regiones.
Esperamos que esta indignación presente en las marchas pero sobre todo las experiencias comunitarias que en Perú se organizan por fuera del poder estatal pueda transformarse e ir más allá de la búsqueda de salir de la pobreza y se convierta en una búsqueda mas profunda de vivir mejor juntos, rechazando la misoginia que azota el país y el racismo. Para poder confrontar los poderes opresivos que año tras año solo cambian de rostro.