El pasado 16 de marzo el gobierno de Francia impuso su reforma de las pensiones,usando el artículo 49.3 de la Constitución para evitar una votación en el Parlamento que no iba a salir a su favor. Con el apoyo de parte de los diputados de la derecha tradicional, el gobierno consiguió evitar una moción de censura cuatro días después, por solo nueve votos. El debate sobre la reforma, que incluye retrasar la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, había sido limitado en el Parlamento con el uso de otro artículo de la Constitución (el 47.1) para forzar un proceso acelerado; debate, por otra parte, inexistente con los sindicatos ya que el ejecutivo había rechazado todo tipo de diálogo.
Mientras tanto, desde mediados de enero, todo el país estaba viviendo movilizaciones inmensas contra la reforma, con ocho huelgas generales y millones de personas en la calle (desde el 16 de marzo se han realizado ya tres días más de huelga nacional, sumando once hasta ahora). Cuando el gobierno hizo uso del 49.3, la opinión ya era mayoritariamente contraria a la reforma (con 7 de cada 10 personas en contra). A lo largo de las semanas, se había pasado de una cierta aceptación de lo inevitable de la reforma para “salvar” el sistema de reparto de las pensiones, a entender que no tenía por qué ser así (lo dicen también casi todos los economistas). A la vez, las protestas habían empezado a plantear reivindicaciones más allá de la reforma misma, considerando cuestiones relacionadas con la sanidad y la educación, empezando a cuestionar la misma acumulación capitalista de beneficios en manos de pocos.
La imposición de la reforma por parte de un gobierno sin mayoría en el Parlamento se ha vivido como un ataque. Ha empujado más aún el proceso de solidaridad en curso, generando a la vez un malestar general. La movilización se ha radicalizado con más bloqueos y piquetes, con manifestaciones en ciudades medianas y pequeñas, con muchas personas normalmente menos implicadas manifestandose por primera vez, aportando su apoyo a los piquetes con pequeños gestos. La participación juvenil se ha extendido, llegando a ser un apoyo crucial en algunas ciudades, por ejemplo con la organización de la distribución de comida a los piquetes desde algunas universidades.
Frente a la expresión multitudinaria de solidaridad con las movilizaciones, el gobierno ha elegido una clara estrategia basada en la represión violenta. No es una novedad en Francia. Es la posibilidad para el gobierno de alimentar a los sectores violentos minoritarios tipo black blocks, o a lo que queda de los peores sectores de los chalecos amarillos, y de contagiar a algunos jóvenes inexpertos, desanimando a la vez a las personas que se manifiestan por primera vez, y sobre todo buscando desacreditar de esta manera un movimiento hasta el momento pacífico.
Efectivamente, la represión ha sido extremadamente violenta. Frente a las numerosas imágenes de violencia policial, hasta la Unión Europea tuvo que hacer una llamada de atención al gobierno francés.
En este contexto de malestar y de enfado, se produjo un hecho muy grave el sábado 25 de marzo. Una protesta contra un proyecto de “mega-balsa” de riego para la agricultura intensiva en Sainte-Soline, en una zona rural del oeste de Francia, reunió a más de 15.000 personas (hasta 30.000 según los organizadores): en gran parte gente de los alrededores sensible a la destrucción del medioambiente. Durante dos horas, los 3.200 antidisturbios presentes tiraron sin parar lacrimógenos y hasta decenas de granadas de aturdimiento, hiriendo a más de 200 personas. Una granada explotó sobre la cabeza de un manifestante, que sigue todavía en coma entre la vida y la muerte. No pudo ser llevado a un hospital hasta cuatro horas después. La grabación de una llamada de los servicios de médicos al SAMUR, publicada por el periódico Le Monde, revela que son las fuerzas policiales las que no permitieron que llegara la ambulancia.
El uso de la violencia por las fuerzas de represión francesas no es nuevo. Es totalmente inaceptable. A la vez, existe un debate entre los sectores más activos de las movilizaciones contra la reforma de las pensiones: entrar o no en una lógica igual y contraria. Esperemos que las mejores experiencias de bloqueos y piquetes sirvan de ejemplo. Experiencias que han permitido que la gente se encuentre, se conozca, debata, favoreciendo el crecimiento la solidaridad también por parte de quienes no participan directamente. Esperemos por tanto que se pueda seguir desafiando al gobierno, sin entrar en su lógica de enfrentamiento.