Con Vinicius junior. Contra el racismo, siempre y sin hipocresía

Los insultos racistas sufridos por Vinicius junior, futbolista del Real Madrid, en el estadio Mestalla del Valencia están abriendo un debate a propósito del racismo en el deporte y en la sociedad española. Un debate necesario y, como era de esperar, también cargado de mentiras e hipocresía, tanto en las reacciones oficiales de las instituciones del deporte y del Estado como en la gestión que del tema hacen los principales canales informativos.
Los insultos y las intimidaciones racistas son prácticas tan vomitivas como normales en los campos de fútbol. Antes del joven futbolista brasileño, en este país, las víctimas han sido Samuel Etoo o Roberto Carlos, solo por recordar los más famosos. Junto a Vinicius, las dianas de los racistas hoy son los hermanos Williams del Atletich Club Bilbao y muchos otros.
Para que la solidaridad con las víctimas del racismo no sea simple retórica circustancial hay que aclarar algunas mentiras y medias verdades. La primera es la que trata de separar el racismo del “mundo del fútbol”. Tal separación es muy endeble o, en muchos casos, inexistente.
La acogida hacia las actitudes más deplorables, racistas, xenófobas, machistas y generalmente ofensivas ha sido, desde hace mucho tiempo, tolerada, y hasta avalada, por parte de las sociedades deportivas del fútbol, normalmente conniventes con las organizaciones más violentas de las hinchadas. De la misma manera, el mensaje de odio procedente de estos sectores ha sido a menudo encubierto o justificado por la prensa local.
No es casual por tanto el crecimiento de la extrema derecha en las hinchadas de futbol, que encuentra en las expresiones racistas una canal de envenenamiento de los estadios y una manera que le permite imponer su presencia. No son “casos aislados”. Es una estrategia que se alimenta del clima de hostilidad desaforada, de la disposición al insulto y a la amenaza que parece ser la especial condición, el privilegio y la impunidad de los que se goza en una cancha de fútbol.
La segunda afirmación recurrente es la que asegura que “España no es racista”. Es un coro unánime. Parece casi que certificar el carácter no racista de España sea la obligatoria condición para poder condenar el racismo. Cierto, no todos los habitantes de esta península son racistas. Es más, hay muchos que se oponen con determinación al racismo.
En este país existen, sin embargo, amplios sectores sociales, lamentablemente también populares, que son abiertamente racistas, que abogan por la discriminación y la represión de las personas que eligen vivir en estos territorios. No es una actitud generalmente xenófoba sino que se dirige especialmente contra personas que proceden del continente africano u sudamericano, de Oriente medio y de Asia. Los insultos a Vinicius se centran en el color de su piel. Hay, como se sabe, grupos políticos abiertamente racistas, como Vox. Pero sectores y opiniones racistas se expresan también
en otras formaciones, y no solo de derechas.
Racismo es discriminar una persona por su procedencia geográfica, étnica y cultural.
Esta discriminación la vemos y la sufrimos todos los días. En los centros de trabajo o en la negación de la posibilidad de trabajar. En la negación al acceso a la vivienda. En la inseguridad de circular por la calle siendo objeto de controles policiales por el color de la propia piel. En las miradas hostiles, los comentarios racistas, en las pequeñas y grandes humillaciones del día a día.
Existe también, y casi nadie habla de él en estos días, el racismo del Estado español, al cual no se sustrae ninguno de sus gobiernos. Es el racismo que decide, según su procedencia, quiénes pueden vivir en este país. Es el racismo que provoca las muertes y los sufrimientos en las fronteras. Recordemos hace casi un año, cuando fueron, concretamente, cerca de treinta la víctimas en Melilla. Este racismo de las instituciones, es bueno recordarlo, supone negar que todas las personas, con independencia de su procedencia étnica y cultural, merecen ser tratadas con la misma dignidad. Esta
negación, a su vez, repercute en la sociedad y en ella encuentran justificación los sectores más retrógrados a la hora de manifestar su racismo.
Máxima solidaridad, por tanto, con Vinicius y con todas las personas que sufren el racismo. Que la solidaridad ayude a la reflexión y el compromiso para aislar siempre y en cualquier realidad a los racistas. Que acabe con la tolerancia con el racismo en los estadios y que frente al próximo insulto racista se acabe el partido.
Que ayude también a un compromiso cotidiano antirracista, por el derecho de las personas a vivir ahí donde ellas lo deseen y para que puedan tener una acogida digna y sin condiciones.