De las elecciones del 28 de mayo a las del 23 de julio. Reflexionar para no sucumbir a la decepción

Las elecciones ciertamente no son el momento más importante de la vida de las personas y de las comunidades. La vida está hecha de otras prioridades. Ha habido momentos históricos en los cuales la gente ha cargado los comicios electorales de esperanzas de cambio y de mejora significativa de su condición. Pero estas esperanzas vivían sobre todo en la vida, en las luchas, en las relaciones de solidaridad y de cooperación en los barrios, los lugares de trabajo y de estudio. Las elecciones ya no tienen este significado. Entre la vida y las preocupaciones de la gente, y hasta las luchas, por un lado, y la jornada electoral, por otro, existe a menudo una distancia, una separación. Incluso en una realidad como la ibérica en la que la distinción entre izquierdas y derechas tiene quizás una presencia menos diluida que en otros sitios. Vivimos, además, una época de decadencia de los poderes opresivos y de las sociedades sujetas a su dominio. En nuestro caso, una realidad en la cual los dos principales partidos en alternancia, el PSOE y el PP, comparten cuestiones esenciales: su fidelidad a la Monarquía, el acuerdo con el envío de armas al régimen ucraniano y con los presupuestos militares o la defensa violenta de las fronteras para impedir la entrada de personas.Estas consideraciones quizás nos puedan ayudar a situar en un contexto más adecuado el resultado de las elecciones del 28 de mayo. Situar este resultado no supone ignorar la decepción vivida por mucha gente de izquierdas, con la que nos sentimos solidarios, sino ayudar a comprenderlo.

La victoria de las derechas en las elecciones autonómicas y municipales del domingo ha empujado a Pedro Sánchez a convocar elecciones generales para el 23 de julio. El líder del PSOE reacciona a la derrota acortando los tiempos: los de la alegría de las derechas, alertando del peligro de los gobiernos del PP con Vox; los de la decepción de la gente de izquierdas, ofreciendo una rápida ocasión de revancha en lugar de una lenta agonía hasta diciembre. El tiempo de la política se mide con la capacidad de suscitar impacto emocional. El PP ha polarizado la campaña electoral centrándola en ETA, aunque ésta haya desaparecido hace 11 años. Sánchez quiere despertar a los votantes, a los suyos y a los de su izquierda, alertando sobre el peligro de la vuelta de los herederos de Aznar al gobierno de España.

Las elecciones del 28 de mayo, con el 98% de los votos escrutados y con el 63,73% de participación (65,19% en 2019), proporcionan varios elementos de reflexión. 

El primero es la victoria de las derechas. El PP es el primer partido, con el 31,5% de los votos. Ha obtenido 7.037.871 votos; 1.883.143 más que hace 4 años, gracias en buena medida a la absorción del voto de Ciudadanos, que desaparece del panorama electoral y político. El PP puede hacerse con un enorme poder autonómico. Pero por fuera de Madrid, donde tiene ya poder absoluto en la Comunidad y en el Ayuntamiento, Andalucía y la Rioja, donde tampoco necesita aliados, en los demás territorios la conquista -o la reconquista- depende de Vox. Es así en la Comunidad Valenciana, Aragón, Baleares, Cantabria y Extremadura. Vox es, además, la formación que más crece, con 1.605.095 votos, el 7,2%, doblando los resultados de hace 4 años y entrando en todos los parlamentos autonómicos y en ayuntamientos importantes en los que antes no tenía concejales, como Barcelona.

El segundo es la derrota de las izquierdas. Es, sin embargo, una derrota diferenciada. El PSOE obtiene 6.277.973 votos, el 28,1%, perdiendo, en relación al 2019, 417.580 votos. En términos numéricos, una derrota no demasiado severa. La distancia con el PP es de 760.000 votos, el 3,4%. Pero en algunas realidades, como en la Comunidad Valenciana, incluso ha crecido. El PSOE ha mostrado capacidad de resistencia. Sin embargo, conserva solamente Asturias, Castilla la Mancha y Navarra.

La derrota de las fuerzas a su izquierda, en cambio, ha sido muy importante, sobre todo en el caso de Podemos. Mientras fuerzas como Compromís, Barcelona en Comú y Más Madrid, es decir las que ya integran el proyecto de Yolanda Díaz, Sumar, han bajado o han crecido poco, en el caso del partido morado el descalabro ha sido muy claro. Es significativo, por ejemplo, que ahí donde no se ha presentado con Izquierda Unida, ésta ha sido la que ha logrado más votos y algún concejal. Podemos desaparece así de muchos parlamentos autonómicos y municipios, como en los de Madrid.

El tercero es que también el resultado electoral certifica que Catalunya y Euskadi son países distintos con respecto a España. Las derechas españolistas, a pesar de su incremento de votos, siguen siendo marginales en ellos. El Partit dels Socialistes de Catalunya es el primer partido. La derecha independentista de Junts, en su versión moderada, es el primer partido en Barcelona, el PSC es el segundo, a tan solo 142 votos de distancia de Barcelona en Comú de la ex alcaldesa Ada Colau. En Euskadi, EH Bildu es el primer partido en Vitoria y Guipúzcoa y desafía de cerca el PNV, mientras que el Partido Socialista de Navarra (PSN-PSOE) podría mantener Navarra si establece alianzas con Geroa Bai y otros.

¿Qué razones podemos encontrar en el resultado del 28 de mayo?

Para el PP el nacionalismo españolista ha sido un factor motivador, mientras que la evidencia de los casos de corrupción no ha pasado ninguna factura. Abatir al “sanchismo”, al primer gobierno de una coalición de izquierdas, apoyado por fuerzas independentistas como ERC y EH Bildu, con el sostén ocasional también del PNV, y de esta manera salvar a España, ha sido un factor suficiente para la movilización electoral de las derechas. En el caso de Vox se han añadido, como siempre, los mensajes racistas y misóginos.

Seguramente también es importante preguntarse por las razones de la no participación de la gente de izquierdas. El gobierno de coalición ha defendido el balance de su legislatura: reforma laboral, aumento del salario mínimo, pensiones, disminución del desempleo, ley de vivienda y otras medidas. Para mucha gente de izquierdas, sin embargo, este balance probablemente despierte poco o ningún entusiasmo cuando el poder adquisitivo de los salarios ha disminuido drásticamente, la precariedad social y laboral sigue siendo intolerable o el acceso a una vivienda digna casi imposible, en un país donde la desigualdad económica y social es una de las más altas de la UE.

En materia de medidas represivas, el gobierno PSOE-UP no ha querido derogar, contrariamente a lo prometido, la “ley mordaza”, mientras pesa sobre él la responsabilidad por la matanza de los inmigrantes en la valla de Melilla hace un año y el control de la “Frontera Sur” que le han valido a Pedro Sánchez, hace pocos días, las felicitaciones de Joe Biden. Por no hablar de otros temas importantes y que pesan en las preocupaciones de la gente de izquierdas y que han estado totalmente ausentes en esta campaña electoral, como la guerra en Ucrania.Creemos, por tanto, que hay motivos serios y muy justificados en la falta de ilusión de mucha gente de izquierdas y solidaria de cara al actual gobierno. El miedo a las derechas podrá ser comprensiblemente un factor que motive a acudir a las urnas el 23 de julio. Puede ser y sería deseable. Sin embargo, es equivocado y peligroso depositar en unas elecciones y en los poderes políticos las razones que puedan despertar esperanzas de cambio creíble y de una vida mejor, inspirada en el bien común, en la justicia social, en la libertad y en la solidaridad. Para ello hay que comprometerse y no delegar estas aspiraciones en los mismos que gestionan el Estado y las injusticias.