No a la guerra de Israel y Hamás. Defendamos la común humanidad. Por la defensa de la vida y el derecho del pueblo palestino a vivir en su tierra


El drama que vive la población de Gaza está bajo los ojos de todos. Después del asedio y de 2.400 muertos provocados por los bombardeos israelíes, el ejército de Tel Aviv prepara la invasión de la Franja.
El 7 de octubre, el ataque de Hamás en territorio israelí que ha provocado 1.400 víctimas mortales, ha iniciado una nueva guerra con Israel.
Durante estos días hemos asistido a una escalada de horror y destrucción que lamentablemente está destinada a aumentar.
Denunciamos esta escalada bélica y a sus responsables, Israel y Hamás. Así como estamos al lado de todas las víctimas civiles, tanto en Palestina como en Israel.
Hay una evidente desproporción entre Israel y Hamás, tanto en el plano de las responsabilidades históricas como en la capacidad de destrucción militar.
La violencia y las injusticias en Palestina no han empezado este 7 de octubre. El Estado sionista es históricamente responsable, desde su misma fundación en 1948, de la opresión del pueblo palestino. Es responsable de la expropiación de sus territorios, de su ocupación, del éxodo de sus refugiados, de su condición de apartheid, de su cautiverio en territorios vallados y cercados militarmente, sometidos al albedrío y a la violencia del ejército de Tel Aviv y de los colonos sionistas.
Es coherente con esta actitud cruel el asedio deshumano que Israel ha impuesto durante estos días a la población de Gaza: corte de alimentos, combustible, electricidad y agua, así como la orden de abandonar el norte de la Franja para invadir el territorio, con las previsibles dramáticas consecuencias humanitarias que está provocando este éxodo forzado.
La capacidad de terror y destrucción de Israel es tal que incluso las potencias occidentales, como EEUU y la Unión Europea, históricamente cómplices del Estado sionista, le recomiendan, por temor a las consecuencias, contención ante la invasión y la posible ocupación de Gaza.
Hamás, por otro lado, comparte la misma lógica bélica de Israel. El mismo desprecio por la vida de la población inocente. Por la vida de los civiles israelíes, asesinados por los milicianos de Hamás en los ataques del 7 de octubre. Por la vida de misma población de Gaza. Los líderes de Hamás sabían perfectamente cuál iba a ser la reacción de Israel a sus ataques, es más, han provocado conscientemente el horror de esta respuesta que hoy está padeciendo la población palestina. La acción de Hamás no tiene nada que ver con el derecho a la autodefensa y a la resistencia del pueblo palestino. Hamás es una autocracia, no sujeta a ningún control popular, una formación político militar de inspiración religiosa que considera legítimo someter a sus propios intereses la vida y el sufrimiento de la población palestina.
Reivindicar el “derecho a defenderse” de Israel en base a los ataques de Hamás, como hacen los gobiernos occidentales, sólo significa ser cómplices de las injusticias y las destrucciones de las que Israel es históricamente responsable y de las que va a perpetrar en estos días. Por otro lado, Hamás no es el efecto inevitable cuya causa sería Israel y su opresión. No, Hamás y su conducta son el fruto de una decisión deliberada que tiene una base ideológica propia y una visión totalitaria. Hamás es una fuerza reaccionaria que explota la desesperación a la que la ocupación sionista condena a la población palestina. El crecimiento de Hamás, que nació en 1987, fue inicialmente facilitado por el mismo Israel con el fin de debilitar otras formaciones palestinas. Los conflictos armados de estos años con Hamás han sido utilizados por parte del gobierno israelí para ocultar sus responsabilidades y justificar su represión contra el pueblo palestino.
Justificar o relativizar el horror causado por Hamás en nombre de las destrucciones e injusticias que desde siempre ha provocado Israel supone quedar atrapados en la lógica bélica que ambos defienden.
Sustraerse a esta lógica en nombre de la común humanidad y de una esperanza de justicia y pacificación es para nosotros una condición para no caer en la desesperanza, para renovar la solidaridad con el pueblo palestino, para imaginar un futuro de pacificación y convivencia. Un futuro ciertamente difícil en un momento en el cual va a crecer, una vez más, el odio y el rencor. Pero siempre se puede elegir, hay ejemplos importantes como las palabras del director de orquesta Daniel Barenboim ante esta escalada bélica o como la valentía de las madres palestinas e israelíes que se han manifestado en Cisjordania por la paz.

Esta nueva guerra, que tiene orígenes antiguos, se inserta en el marco bélico de la época que estamos viviendo, de la que el conflicto en Ucrania es solamente el ejemplo más visible. Esta nueva guerra supondrá posiblemente, a su vez, una nueva escalada internacional. La inminente invasión de Gaza por parte de las tropas sionistas y las probables consecuencia de una intervención abierta de Hezbollah (la formación político militar libanesa, aliada de Irán) en el conflicto. Esto significaría una aceleración de los escenarios bélicos en muchos planos. La extensión del conflicto en Oriente Medio con una implicación directa de las potencias internacionales. El crecimiento de la lógica bélica en la vida cotidiana de las sociedades enajenadas, con sus venenos racistas y violentos.
Esta guerra, por tanto, es una amenaza concreta no sólo para el pueblo palestino sino para todos nosotros.

En esta guerra se hacen manifiestos los grandes peligros de la decadencia de las potencias opresivas y las consecuencias en las sociedades estatales sometidas a su dominio. Es una confirmación de los tiempos difíciles que nos esperan ante la marcha destructora que las minorías explotadoras y opresoras quieren imponer a nuestras vidas. La expresión del ocaso de sus valores, de su cultura y de su idea del mundo.
La guerra es el primer “motor de la opresión”*. Es el acto de nacimiento de los Estados y su esencia más íntima y mortífera. Por esta razón, los Estados pueden intentar limitar, como en este caso, la extensión de los conflictos pero no pueden ser la vía para una paz auténtica, basada en la justicia, la convivencia y la libertad.
El drama del pueblo palestino es quizás el ejemplo más trágico de esta incapacidad.
Asumir el principio de la común humanidad de la que formamos parte no significa ignorar las diferencias étnicas y culturales, de género, religiosas y de recorrido histórico que caracterizan las agregaciones humanas a lo largo del planeta. Significa reconocernos acomunados como humanos justamente en estas diferencias. Significa, sobre todo, valorar las características y las potencialidades humanas que nos pueden permitir ser protagonistas de nuevos experimentos de vida colectiva.
Hace 12 años, en los territorios de este Oriente Medio tan martirizado por la guerra y la opresión, encontramos algunos ejemplos extraordinarios de esta búsqueda de una vida diferente. En 2011, en las revoluciones de la gente común en Egipto y en Siria, pudimos vislumbrar un principio de revolución humana que tomó forma en la trasformación positiva de las personas, de las relaciones y de las colectividades. Esas revoluciones fueron aplastadas. Sus enseñanzas, sin embargo, siguen vivas.
Para la Corriente Humanista Socialista, en la que nos inspiramos, han sido una fuente de la fundación cultural en la que estamos comprometidos y que queremos compartir con todas las personas interesadas en conocer y posiblemente elegir un camino independiente para vivir las posibilidades de afirmación benéfica de la humanidad incluso en la época tan dramática en la que nos encontramos.

16 de octubre de 2023

*Antropología de la decadencia y del rescate (4), en Socialismo Libertario nº 149