Muchos enemigos y algunos límites.

Pocos acontecimientos de la historia son comparables a las revoluciones del 2011 por la variedad, la dimensión y el número de enemigos que han actuado y actúan todavía contra ella.
Monstruos locales, potencias regionales e internacionales han utilizado cualquier medio para sofocarlas: desde la guerra total a la propaganda, desde el silencio ensordecedor a las mentiras más odiosas o más sutiles. Un ejemplo de entre todos es cómo muchos han contribuido al ascenso de los neonazis del Isis: desde Asad a Turquía, hasta llegar a la información democrática y redes sociales fascinadas de tanto horror.
Los límites de las revoluciones y de los revolucionarios -aquellos generales e inevitables, pero también más peculiares- se tienen que considerar bajo la luz de este contexto excepcionalmente abarrotado de obstáculos, en el que los protagonistas han sido reprimidos y masacrados, el crecimiento de las conciencias dramáticamente condicionado por las violencias y el terror.
Las vanguardias de plaza Tahrir se han sustraído mucho tiempo de la instrumentalización de formaciones político-religiosas como los Hermanos Musulmanes, pero la trampa electoral les ha permitido recuperar terreno con la conquista de la presidencia gracias a su previo arraigo social y a la inercia de los sectores más atrasados de la sociedad. Sucesivamente, un sector amplio de vanguardia revolucionaria ha orientado la insatisfacción creciente hacia una renovada delegación al ejército; esto ha retomado el centro de la escena política (no habían dejado nunca las riendas del poder), y con el nuevo faraón Al-Sisi ha reprimido brutalmente primero a los Hermanos Musulmanes e inmediatamente después a miles de revolucionarios.
El primer año de la revolución siria, las movilizaciones populares han sabido mantener un carácter popular, pacífico y de masa, rechazando los intentos del régimen de arrastrarlas al terreno más propicio para él, el bélico.
Pero a partir del verano de 2012, ha crecido la tentación falaz de dar una estocada militar al clan de Assad. De ser instrumento de autodefensa de la revolución, el Ejército sirio libre y otras milicias se han convertido en actores de la política de guerra mientras surgían varios tipos de milicias yihadistas sanguinarias. Ya no eran mujeres y jóvenes quienes salían a escena sino ametralladoras y bombas. La revolución fue ahogada por la guerra.

Traducción: Mireya Almuzara