Después de las elecciones en Italia. Las esperanzas humanas ante la decadencia de la política

El resultado de las elecciones generales del 25 de septiembre en Italia está provocando desconcierto y preocupaciones a nivel general, más allá de las poblaciones que viven en Italia.
Nos ha parecido útil publicar el comunicado difundido por nuestra organización hermana La Comune (ver en esta misma página web) que se concentra justamente en
llamar a una respuesta ante esta nueva realidad, dirigiéndose a las personas voluntariosas con gana de reaccionar ante el escuálido espectáculo de la campaña y del resultado electoral. Lo hace reconociendo las cuestiones prioritarias que afectan a la condición humana, dentro y fuera de Italia, y que han estado ausentes, y no por casualidad, en la campaña electoral italiana. Se dirige a quienes, por muchísimas y validas razones, o no han votado o lo han hecho con desgana y escasa convicción. Sobre esta base llama a la defensa de las condiciones de vida y de los derechos que el nuevo
ejecutivo liderado por Giorgia Meloni puede atacar. Es un enfoque afirmativo, unitario y constructivo ante los riesgos autoritarios y la resignación.
A partir de ahí creemos que es útil hacer algunas reflexiones, más aun considerando de qué manera la prensa española está tratando el tema.

Crisis social y volatilidad del voto Para evaluar el significado del voto, es decir con qué motivaciones y expectativas se ha expresado, es útil considerar la lejanía, como hemos visto, con la que se han vivido estas elecciones. Lejanía entre las preocupaciones y esperanzas humanas y los temas de la campaña electoral. Lejanía entre la gente y los canales en los que ha vivido esta misma campaña: televisiones y redes sociales. Por tanto con una escasa participación activa de las personas llamadas a votar y un bajo nivel de convencimiento.
La consecuencia no es solo el enorme crecimiento de la abstención, crecimiento de casi el 10% respecto a 2018, sino también una expresión del voto con un grado de implicación y esperanza ideal cada vez más bajo, cuando no ausente. Un voto condicionado por cuestiones emocionales superficiales y no por convicciones profundas.

A partir de esta premisa, tiene sentido una valoración de los resultados numéricos.

Las derechas ganan con el 26,1 % de Fratelli d’Italia, el 8,89 % de la Lega y el 8,27% de Forza Italia. En cambio, el centro izquierda PD, Izquierda Ecología y otros han obtenido el 26,19%, el Movimento 5 Stelle el 15,31 % y Azione el 7,77%.
El total de la coalición de derechas suma el 43,9%, mientras que los demás suman el 49,27%. O sea, no ha habido una mayoría de votos, ni mucho menos, para las derechas.
Sin embargo, gracias a la parte mayoritaria uninominal del sistema electoral, decidido en su momento por el gobierno del PD, las derechas conquistan la mayoría absoluta tanto en la Cámara de los Diputados como en el Senado.
La victoria de las derechas estaba auspiciada por el hecho de presentarse en coalición (lo que les permitía ganar con el sistema electoral vigente). Si el centro izquierda no ha considerado oportuno hacer lo mismo quizás sea porque haya considerado que pactar una coalición suponía un problema mayor que la más que probable victoria de las derechas.
Por otro lado el banquero y tecnócrata Mario Draghi, primer ministro saliente e indicado por el Partido Democrático y el centro como supuesta alternativa a la derecha, es también responsable de este desenlace: primero provocando las elecciones que auguraban el triunfo de Meloni, Berlusconi y Salvini y después dando su bendición al probable nuevo gobierno de derechas. De hecho, Draghi está siendo el principal embajador de su sucesora de cara a las instituciones y las cúpulas del poder “occidental”.
Es decir, el desastre político italiano, perfectamente evitable, no solo era previsible sino que en él han concursado casi todos los actores políticos que hoy lamentan el desenlace.

¿Qué peligros supone esta nueva situación?

Las intenciones expresadas en el voto, su resultado y las características mismas de la coalición ganadora permiten formular hipótesis.
No se trata de un nuevo fascismo. Sí de una posible deriva autoritaria del régimen democrático. Tampoco es imaginable una transformación de Italia hacia el modelo
polaco o húngaro. Pero sí posiblemente un empeoramiento de los derechos y libertades de las mujeres, de los jóvenes y de las personas inmigradas, las que ya viven en suelo italiano y las que esperan alcanzarlo.
El crecimiento del partido de extrema derecha, que pasa del 4,35% de los votos de 2018 al 26,1% actual, en buena medida, pero no solo, a costa de sus aliados de coalición, es en todo caso un síntoma preocupante.

Lo es en sí y porque puede envalentonar la franjas más violenta de la ultraderecha además de sus homólogos en otros países, como Vox aquí.
Es una expresión específica de una dinámica presente a escala internacional.

Otro elemento destacado es la crisis de las izquierdas. El Partido Democrático, que ni siquiera se define de izquierdas, no alcanza el 20% de los votos, al igual que en 2018.
Sin embargo, entonces el Movimiento 5 Stelle alcanzó el 32% canalizando el voto de protesta contra la “casta” política. El PD no solo no ha interceptado la pérdida de votos del partido de Beppe Grillo (-16,69%), sino que ha continuado perdiendo consensos.
Esto se debe a su perfil gubernamental, ligado al establishment financiero y patronal (es el primer sostenedor de Draghi), desligado de las exigencias y preocupaciones de la gente común. Tampoco las formaciones a la izquierda del PD han demostrado de gozar buena salud.

En la península ibérica, los únicos en alegrarse del resultado electoral italiano han sido Vox. Hasta el PP lo ha lamentado. Se ha visto en general con gran preocupación y con temor por su posible extensión también aquí. Si lo primero es legítimo y comprensible,
lo segundo nos parece menos fundado. Ya sea por las razones que hemos intentado exponer como por la realidad de nuestro país. Sí existe un elemento común, si bien se manifiesta con distinta intensidad. Hablamos de la decadencia de la política en relación a las esperanzas humanas. Esto significa para nosotras y nosotros tratar de basar nuestro compromiso sobre las segundas y no interviniendo o cultivando ilusiones en la primera.
No nos es indiferente, evidentemente, quienes están o no están en el gobierno. Sabemos, sin embargo, que estos son siempre expresión del poder opresivo de los Estados y de su lógica bélica, como demuestra la casi unanimidad, tanto en Italia como aquí, en la participación en la guerra en Ucrania. Por lo tanto, mientras defendemos derechos y libertades, incluso cuando es necesario en el plano legal, procurando estar al lado de las luchas de las mujeres, de los jóvenes y de los trabajadores, estamos cada vez más convencidos, como concluye el comunicado de nuestros compañeros en Italia, de una alternativa que se sitúa en un compromiso para una “cultura de la emancipación contra la decadencia que prolifera” y en el desafío de dar vida a ámbitos de “comunión humanista socialista” que favorezcan una “afirmación, plena, libre y benéfica de las
individualidades, de las relaciones y de las colectividades en alternativa a la sociedad del malestar y de personas extrañas entre ellas mismas”.